Aníbal
Arévalo Rosero
Señor, declaro que vivo en el país más maravilloso -ubicado en minúsculo punto del universo-, llamado Colombia. Como lo prometo cada mañana que abro mis ojos a la luz del sol, busco ser feliz, y que cada acción redunde en la felicidad de la persona que se encuentre conmigo en el trascurso de la jornada. Aunque a veces no alcanzo a cumplir mis metas, siempre me hago el propósito de no dejar a medias las cosas. Mi misión en la vida es hacer el bien y contribuir a sembrar bienestar entre todos. Desde que siento tu presencia en mi vida aplasto con ímpetu los motivos que pueden generar discordias.
La
prioridad de mi trabajo está en servir bien a los demás antes que pensar en el
enriquecimiento material. Me siento deshonrado e indigno cuando no cumplo las
expectativas. Quiero ser más y mejor sin abandonar tu ejemplo, por eso siempre
las puertas de mi corazón están abiertas para tu llegada.
Aunque
el consenso de la gente dice que sólo naces una vez al año, yo siento tu
nacimiento en cada día y en cada acción buena. Me dicen que gobiernas desde los
cielos, pero me doy cuenta que estás presente en la tierra en todos los humanos
de buena voluntad.
A
veces me pregunto qué es ser santo, y me doy cuenta que la santidad proviene de
ti, que mana luminosa en la bondad de tu mano generosa, que guía la santidad de
todos nosotros.
Tu
reino de poder llegará a nosotros si tenemos corazones dispuestos, por ello
queremos aprender de tus enseñanzas: somos tus discípulos. Como Maestro que
eres, asistimos a tu escuela con las mentes abiertas: danos la sabiduría.
Nos
hemos congregado en torno a la oración, porque sólo de esta manera morará tu
voluntad entre nosotros, y redundará ampliamente desde la tierra hasta el
cielo. Y tu reino es de grandeza. Sobre todo, te pedimos acaba con los reinados
de corrupción de quienes nos gobiernan bajo un manto oscuro, que le arrebata el
pan de la boca al campesino y al obrero; que cercenan la participación
igualitaria de todos.
Ante
todo, no permitas que nos falte el pan diario sobre la mesa, que ha de ser
digerido con sabrosura; que nutra nuestros cuerpos, pero primordialmente que
nutra nuestros espíritus, de donde podemos obtener el sustento diario.
Si
en alguna oportunidad te he ofendido, te pido perdón, como en reiteradas
oportunidades he tenido que hacerlo con mis semejantes en mi condición de
pecador. No obstante, en mi profesión de navegante, me encontrarás un poco mal
humorado, estresado y hasta de mal genio. Ante esto, te pido seas comprensivo:
la tempestad por más fuerte pasa; y cuando salga el sol nos podremos mirar a
los ojos y sonreír. Por favor, no me abandones nunca.
Enséñame
del perdón hacia los demás cuando me pitan en los oídos, cuando lazan palabras
agresivas y me incumplen a una cita o me faltan a su palabra.
No
permitas que pensemos en acciones perniciosas, vagas, malintencionadas o desearle
el mal a otro. No nos dejes caer este tipo de tentaciones.
Aléjanos
de los que por razones partidistas, fanatismos, color de piel, concepciones
religiosas o condiciones materiales, roban, matan, hieren o tienen malas
intenciones. Protégenos de ese imperio del mal.
Señor,
y si tú has decidido nacer, hazlo en Colombia, un país maravilloso, que con tu
presencia derrotaremos las fuerzas que han hecho tanto mal, empezando por los
perversos gobernantes que han traído como consecuencia la violencia y la
desolación en humildes hogares.
Ya
no nazcas en un pesebre, esta vez tienes mi hogar donde hay un grupo de
hermanos filiales en el amor dispuestos a recibirte.
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